A Cuis le falta tesón, otra vez piensa dejar la escuela y lo más probable es que en un año quiera regresar para volver a abandonarla. Es simple, no tiene a quién rendirle cuentas, sólo a simismo y a simismo le vale madre. Pienso un poco y no lo culpo, tal vez comprendo la situación y quizá me he encontrado casi en las mismas condiciones. Ir hoy a la escuela, para mí, es ir a exhibir (sin que nadie forzosamente lo note) mi falta de disciplina en los últimos cuatro años. Es equivalente a regodearse en el fracaso y poner la cara para que vean (¿quién? no sé) que después de los errores uno sigue ahí, intentando ser alguien, según, a manos del Alma Mater.

Pura rendición.

Qué frío hace.

No soy de simpleza saturada,
tampoco de inminencia apresurada.
No soy ingenua activa,
ni estupida compulsiva.
Soy viento con manzana,
sutileza sin compromiso,
con pasiones tan ocultas
que se cuelan en tu pecho.
No soy ambición desmesurada,
ni un reloj de eternidades.
Soy impaciencia de loco
y unos cuantos suspiros de otoño.
Soy pulsaciones de ira.
Pecadora del verbo incontenible,
y vendedora de sueños indudables.




Año: 2003
Taller de redacción.

Qué necesidad, por qué mi percepción del tiempo es tan fatalista. Odiar es como amar, hay que elegir muy bien la cosa a odiar/amar. Yo odio al tiempo, me patea la nuca. Odio sus estupidos segundos, palpitantes, hirientes, carcomidos. Me cayó mal desde que tenía 10 años, cuando comencé a entender sus insultos camuflados, siempre mirándome sobre su hombro con esa cara ansiosa de joder, joderme a mí. Odio que me tome del cuello y me lleve arrastrando los pies, yo como toda buena idiota tratando de emularle el paso. Hemos tenido convenios implícitamente espontáneos, tal vez yo me los invento y en mi mente sepia imagino que él también esta de acuerdo. Cuando trato de evitarlo se me sube por la garganta, me quiere perforar la traquea, me quiere perforar a mi. Aunque intente tragarlo por millonésima vez y ahogarlo en jugos gástricos siempre lucha, me grita, me reta, me insinúa su perversa soberbia. Él, siempre petulante, amargándome el segundero y el minutero. Odio los espejos; pero más odio los relojes.

A mí eso de los halagos me va en sentido contrario, uno se conoce y… por favor…



Este mugrero salió en cuatro horas de filmación y treinta minutos de edición.


Y como dijo Cuis "odio ser amateur".

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