Es mil novecientos noventa y ocho, mi tatarabuela Aurora está en su ataúd mientras una veintena seguimos en aquella pequeña funeraria de Santa Bárbara. La tía Boris toma asiento junto a mí para verme directamente a los ojos
— No se duerma, tómese esto que todavía falta un rato —
Me entrega entonces un caballito de tequila que mientras baja por mi garganta revienta mis oídos explicitando los decibeles de aquel lugar. La tía Boris tenía razón, todavía faltaba un rato.
3 Comments:
Entrada más reciente Entrada antigua Inicio
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
De todas maneras te quiero y espero que me compenses con una guama. :)